La vulnerabilidad nos permite ejercer un poder sin igual que
es el poder de la elección. Sentirse vulnerables tanto puede hundirnos como
revelarnos nuestra naturaleza transformadora. Porque somos frágiles, elegimos
ser grandes. Porque la vida nos pesa, elegimos que tenga sentido. Porque tiene
tanto de levedad, decidimos convertirnos en una bella, bondadosa y verdadera
creación.
No hay que huir de la vulnerabilidad, sino abrazarla. Hay que
amarla como parte de nosotros mismos y permitirle que nos exponga a nuevos
estadios de crecimiento. Abrazar la vulnerabilidad es sostenernos a nosotros
mismos, amarnos desde el lado por el que solemos oscurecer. Es sentirnos vivos,
sensibles y amantes.
No hay nada más vulnerable que un recién nacido. No obstante,
cuanto potencial de vida esconde, cuanta fuerza se halla en su llanto y cuanto
amor genera a su alrededor. Al fin y al cabo, solo el amor es perenne, solo él
nos cura las heridas. Lejos de su grandeza es cuando más nos sentimos
vulnerables.
“Es un gusto celebrar
alegrías, pero lo que nos enlaza plenamente con el otro es compartir el dolor”